lunes, 13 de octubre de 2008

LAS PLAZAS DE GRANADA. (artículo publicado en la revista Catarsis de Barcelona. Año 2000)











En Granada, como en la mayoría de las ciudades andaluzas, no existe una plaza mayor. Es la herencia de los árabes, que a diferencia de los cristianos, preferían la vida interior, el placer oculto de sus paraísos particulares. Los cristianos siempre han necesitado presumir de su felicidad y es por eso que las fiestas se hacen al aire libre, cantando, bailando y por supuesto, comiendo.
No existe una plaza mayor, decimos, pero no la necesita. Una, por grande, la Plaza Nueva, bien podría ser una plaza mayor; otra, por herencia histórica, la de Bib-Rambla, también podría serlo.
La Plaza Nueva es ,por decir así, dos plazas. Adosada a ésta se encuentra la pequeña Plaza de Santa Ana lo que visualmente provoca una amplitud bellísima.
En la misma falda de La Alhambra, la Plaza Nueva es una plaza señorial. La más señorial de Granada, lo que atestigua la impresionante fachada renacentista de la Real Chancillería. Fue uno de los dos tribunales de justicia que crearon los Reyes Católicos. Su severidad se expresa en las columnas de su fachada y en las dos figuras de la Justicia y la Fortaleza.
A su izquierda surge el río Darro, pequeño y cabizbajo, cuyas aguas fluyen con dificultad bajo la plaza. Y en el arranque de la Carrera del Darro una de las iglesias más bonitas de la ciudad, la iglesia de Santa Ana ,con su torre mudéjar, que se construyó sobre una mezquita. Y por si fuera poco aquí se casó Mariana Pineda.
A la plaza acuden tres tipos distintos de gentes. Los turistas, que emprendiendo la Cuesta de Gomérez suben a la Alhambra; los músicos callejeros, con sus bongos y sus trenzas enredadas, y los jóvenes, hacia las teterías, zona de encuentro y hermandad.
La segunda de las plazas en importancia decíamos que era la de Bib-Rambla. Ésta es una plaza con historia y hasta con memoria, pues todavía conserva su nombre árabe. El primer ensanchamiento data de tiempos de Juana La Loca y de por aquel entonces se celebraban en ella las fiestas del Corpus Christi, las ferias de caballos y los Autos de Fe. En el centro se encuentra la fuente de Los Gigantones, obvia la razón, y sobre el tejado de sus terrazas, se puede contemplar Sierra Nevada, La Alhambra y la gran mole de la catedral. Es una plaza familiar. De amas de casa con sus carros de compra, de vendedores de cupones, de oficinistas atareados, de jóvenes con mochila y golosos del chocolate con churros.
A un lado de la plaza sobresale la Alcaicería, la lonja de los mercaderes, en donde los vendedores de paños extendían sus productos entre callejuelas estrechas. Hoy es una reproducción de la que fue antes del incendio de 1843.
De forma casi contigua, la plaza de Las Pasiegas, mantiene el encanto peatonal de una placita o tal vez habría que decir placeta, como les gusta decir a los granadinos, cuya belleza se confunde con la fachada principal de la Catedral. La Catedral de Granada es una catedral distinta. Manquita, como la de Málaga, parece un decorado cinematográfico. Fue fundada por los Reyes Católicos con un trazado gótico con doble girola y capillas. Posteriormente se fueron incorporando elementos renacentistas hasta aparentar un arco de triunfo romano. Adosada a ella se encuentra la Capilla Real y la iglesia del Sagrario que muchos turistas confunden con la catedral. En la Capilla Real se hallan los sepulcros de los Reyes Católicos y de Juana, su hija, con su amantísimo esposo Felipe. Para poderlos ver de frente deberíamos tener una buena estatura pero aún y así merece la pena visitarlos.
Puerta Real no es exactamente una plaza. Es una confluencia. De ella parten la Gran Vía de los Reyes Católicos y Recogidas ( zona del edificio de Correos y el gran Hotel Victoria cerrado por el momento) y por otro la Acera del Casino, que se confunde con la Acera del Darro y la Plaza del Campillo, en sus inicios. Bajo ellas discurre el río Darro hasta su confluencia con el Genil. Esta abierta plaza simulada es de gran bullicio. El restaurante Chikito (antiguo Alameda), la sede de la Diputación Provincial cercana, la sede de Correos y una gran variedad de tiendas y de hamburgueserías, hacen que la gente deambule con energía olvidándose de la bohemia andalusí para convertirse en una ciudad moderna.
Cerca se encuentra la Plaza de la Mariana o de Mariana Pineda. Un rincón bonito con la estatua de la gran heroína granadina. Volviendo hacia la catedral, la Plaza de la Trinidad y casi junto a ella la Plaza de los Lobos. Parece ser que recibe el nombre de una de las casas, en la cual colgaban cabezas de lobo. Tal vez por eso Gallego Burín, a quien hay que conocer si se quiere conocer Granada, decía de esta plaza: “Plaza desierta. Da la sensación de la soledad del desierto, y siempre hay en ella perros que aúllan lastimeramente. De lobos, sí. No se alegra nunca esta plaza. Sólo tiene sol de verano, y de noche, es una estampa en negro. Yo creo que aquí no vive nadie, y si alguien vive en estas casas, debe salir por otras puertas”.
Desde luego la realidad hoy es muy distinta. Estas palabras se publicaron en 1924 y por aquella época Granada y sus plazas se diferenciaban mucho de las de ahora. Así lo atestigua también Federico García Lorca en una de sus cartas: “En Madrid hace un otoño delicioso. Yo recuerdo con lejana melancolía esas grandes copas amarillas de los viejos árboles del Campillo y esa solitaria plaza de los Lobos, llena de hojas de acacia y ese divino y primer viento frío que hace temblar el agua de las fuentes que hay en Plaza Nueva. Todo lo que es la Granada de mi sueño y de mi soledad cuando yo era adolescente y nadie me había amado todavía”.
Con estas dulces palabras de los dos amigos hemos de ir abandonando las plazas granadinas. Pero no sin antes asomarnos al Albaicín y a su pequeña Plaza de San Nicolás con su mirador imponente. Ahora en su aljibe central los niños juegan a subirse y dejarse resbalar como si fuera un tobogán desconociendo la larga historia que está grabada en sus ladrillos.
Y terminamos. Desde La Alhambra. Desde la plaza de los Aljibes, la explanada que se encuentra tras la Puerta del Vino y separa la Alcazaba de los palacios nazaríes. Con las palabras de Gallego Burín, otro importante granadino que llamaba a Granada la ciudad de las mil plazas:
“Plaza balcón. Un balcón que vuela en el vacío y se enfronta con la vieja ciudad. Hay que mirar desde el balcón, cuando ya se ha ido la luz. Entonces, el Albaycin es como un gran jardín ensombrecido, cuajado de gusanillos luminosos; o también, como un gran Nacimiento, esos Nacimientos que amorosamente componen los niños y que siembran de luces y bordean de caminos inverosímiles. A su pie, corre un río de cristal, de oro, que le sirve de espejo a los cielos, y en el aire vibran mil confusos ruidos con un sentido vago de lejanía y de incoherencia. Sobre ellos, caen las campanadas de la Vega, como queriéndolas apagar y luego vuelven...”.

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